Lima sin agua: Los baños secos - Caretas Nacional

2022-10-26 11:45:32 By : Ms. Lacus Yu

Hasta que le instalaron el baño seco, Amparo y sus hijos iban a defecar a la casa de la cuñada, 50 metros más arriba.

Torres de Minas son cientos de casas desordenadas que la gente hizo con lo primero que encontró: madera, cartón, recortes de bloque, piedras del cerro, placas de cinc, una cabilla, un nailon, huecos en casi todas las ventanas, cortinas en las puertas interiores. La calle central no sé exactamente dónde comienza ni dónde termina, es una línea de tierra de cuyos lados salen tiendecitas que parecen oasis capitalistas en medio del abismo. Más lejos, después de las escaleras y los pasadizos, tendederas de ropa, un árbol, cosas rotas, alguien sube, pancartas que te convencen de qué comprar, pancartas que te indican por quién votar como si un candidato fuera a borrar la miseria del paisaje en un par de años.

Subimos buscando un proyecto al que llaman “baños secos”. Se trata de unos retretes de plástico que está instalando aquí, y por toda Pamplona Alta, una ONG llamada Sanima. Porque en este lugar, de la misma forma que no hay casi nada, no hay retretes, sino silos, unos huecos donde la gente se agacha para defecar.

Los baños secos tampoco son la octava maravilla. Cuando acabas, en vez de descargar como en el mundo corriente, tienes que tapar la mierda con aserrín como si fueras un gato. Después, al cuarto día, cambias la bolsa que hay donde debería estar el tragante. Y el séptimo día sacas el cubo con las bolsas sucias y repites el ciclo.

Sí hay que decir que el proyecto funciona porque Torres de Minas no tiene conexión con el sistema de alcantarillados, como no tienen más de 120.000 viviendas en Lima. Aquí el agua llega en camiones cisternas cada lunes, entonces los vecinos aprovechan para llenar su tanque y eso es todo cuanto tendrán el resto de la semana. Desde la cuarentena por la Covid-19 el gobierno se ufana de que envía esta agua gratuitamente, aunque después Amparo va a explicarme que tampoco es tan gratis, sino que hay que pagarle cinco soles “por el motor, porque gastan gasolina… Cinco soles. Todos los lunes. Sí”.

Amparo, 27, crocs azules y su abrigo negro con corazones. Bajita, gorda, la boca mordida. Sus apellidos, Antas y Silva, están escritos en la tapa del cubo que le da Sanima para que bote las bolsas de mierda con aserrín.

Hasta hace cuatro meses Amparo y sus hijos iban a defecar donde la cuñada, 50 metros más arriba, porque aquí no había espacio para un silo. De hecho, antes de contratar a Sanima su esposo tuvo que contratar máquinas que rompieran la roca, que es la pared trasera de la casa, para tener dónde instalar el baño. Por eso a ella le parece un sueño este cuartico de tabla forrado en nailon que tiene ordenado: cepillos, esponja, trapos, el cubo de aserrín, bolsas con más aserrín, una manguera conectada al tanque exterior que viene desde la ventana y cae en una palangana rota. Del baño a la sala el piso de tierra forma un pasillo de palos, botellas, papeles de caramelo, cachos de juguetes.

–Si dejaste que pusieran en tu pared una promoción de Mendieta, entonces te voy a poner una de Sanima, le dice a Amparo la señora Madelina. Dante Mendieta es el candidato para alcalde de San Juan de Miraflores por el partido Alianza para el Progreso y Madelina Anampa es quien vende los baños secos en Torres de Minas. Y digo vende con todas las letras: Sanima tiene 47 usuarios en este lugar, más de 1 200 en toda Pamplona Alta, y a cada uno le cobra 39 soles mensuales por sus tazas llenas de filantropía.

A Amparo le da igual que pongan lo que quieran. “Okey”, responde con su forma tímida. A ella la única valla que le importa es la menos visible del horizonte, una con tres palabras que pintó a bolígrafo, “Se vende chocotejas”, y que colgó a un costado de la puerta porque esas minutas de chocolate le dan mensual el dinero de Sanima y el de vivir.

Hace un rato, cuando le pregunté cómo conseguía los 39 soles, me explicó el tema de las chocotejas. 

–En el mercado compro chocolate, maní y los moldes, y lo preparo para poder vender y sacar algo siquiera para pagar el baño, ¿no?

–A un sol cada uno. Hay días que vendo cinco, hay días que no, hay días que vendo diez, así. Me salgo a partir de las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche porque tengo que hacer cenar a mis hijos.

A Madelina le va mejor la vida. Cuando se mudó, hace 22 años, su casa era otra ruina. Pero pronto se volvió dirigente comunitaria y abrió su bodega-librería Madeley, que está llena de publicidad de Claro y de Movistar y sirve como punto para que todos los clientes de Sanima le depositen sus honorarios.

En 2015 Madelina supo que andaban cambiando silos por baños. Se apuntó en temporada de promoción con la instalación gratis. Como fue de las primeras usuarias, y por su poco de labia de líder, la contrataron como agente de ventas en 2017. Justo ese año la organización, que todavía se llamaba x-runner, había ganado el Premio a la Creatividad Empresarial de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas “por el impacto positivo de su trabajo en las comunidades de menos recursos y el medio ambiente”.

–¿A cuántas personas usted ha convocado para que utilicen el servicio?

–Uf, aquí en mi comunidad, pucha, uf… A varios.

No sabe el número exacto. Calcula más de cien entre Torres de Minas y asentamientos humanos aledaños. En todo caso, además de su sueldo, como empleada tiene el beneficio de pagar menos mensualidad: 10 soles. También fue de las primeras en recibir el nuevo tipo de tazas por las que apuesta Sanima, un modelo idéntico al anterior al que se le añade una pequeña pieza, tipo ventilador, que permite sustituir el aserrín por papel higiénico.

Entramos a su casa para ver el prototipo. Ya poco a poco ha ido construyendo y ahora tiene dos pisos de cemento con reja en las ventanas. 

–Este modelo no está instalado en otros sitios. Con este tenemos un cierto número de personas que estamos probando y viendo cómo nos funciona, advierte Madelina, con su abrigo morado y bufanda a juego, del color de Sanima. 

Pamela Yanac, quien nos sirve de guía y es gerenta comercial de la ONG, viste un chaleco del mismo color con franjas naranja y la frase “Tu baño seco en casa ¡ya!” a mitad de espalda.

–Tengo como siete meses con el baño, más o menos, y pues lo vengo usando como ven… no sé si verán, continúa Madelina. Y a un lado de la escalera que da a la puerta principal nos muestra el fin del ciclo semanal de sus clientes. Abre un armario de madera azul y explica que ahí deben dejar los cubos. Cada lunes a las ocho de la mañana un equipo de Sanima se lleva todo eso en camioneta y reparte cubos y nailones limpios y dos bolsas de aserrín por familia. Lo que Pamela llama “los residuos” va a parar a un contenedor en el puesto de mando de la organización. Ahí los colecta la empresa Eco Century, experta en transportar residuos sólidos.

–¿Tienes idea de qué hacen con eso?, le digo a Pamela sobre los residuos.

–Ellos tienen los permisos y se encargan de la gestión.

–El detalle exacto ellos se encargan de… de manejarlo, añade. Antes lo que se hacía, y lo que nos hemos propuesto como meta para el próximo año, es reutilizar las heces para terminar de cerrar el círculo de la economía circular, ¿no?

Jura que años atrás transformaban esas heces en compost, pero que “por un tema operativo ya no dábamos abasto como para poder hacer tantas cosas a la vez y decidimos enfocarnos en mejorar el servicio y lograr crecer”. También que están reevaluando la posibilidad de volverlo a hacer.

Cuando hablamos del dinero Pamela dice que el paquete de servicios incluye asistencias técnicas gratuitas. Y que la tarifa no cubre sus costos operativos.

–La operación es muchísimo más costosa, pero tenemos fondos que nos ayudan a subvencionarlo. Entonces nos ayudan a mantener ese precio fijo para no tener que estar impactando a los usuarios y exigirles pagar más…

Pone de ejemplo que la instalación de cada taza sale en 120 soles y que ellos la cobran en 39 como si fuera una mensualidad.

La última mujer que visitamos tiene un hámster y un cementerio de Barbies en el sofá. Tanta ropa en un cable de punta a punta que uno no ve ni por dónde camina. Techo de cinc, paredes delgaditas, ventanas huecas, como casi todas. La mujer, que se llama Lucila Contreras y tiene 33 años, que es ama de casa por la mañana y ayudante de cocina por la noche, que desmenuza raro las palabras, me enseña su retrete de aserrín pero aclara que no quiere seguir usándolo. 

–Más bien quiero ese acondicionado, ¿no? El que viene con… creo… me dijeron… (se refiere al modelo de ventilador).

–Es higiénico, ya no va a estar ahí nomás, ahí nomás. A veces hasta mi niña derrama aserrín. Mi hija tiene nueve años. Nueve años. Ajá, y entonces el otro no… o sea, tiene papel, todo el papel se mete ahí nomás, más limpiecito, y se paga lo mismo.

Madelina está oyendo, tan contenta de ser usuaria premium del retrete con ventilador. “Son los baños del futuro”, me dice, como si me estuviera vendiendo uno.

Lo peor es que lo dice convencida.

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